Comparto esta interesante información…No estaría de más revisar estos patógenos en casos de los enfermedades que aquí se nombran Posibles causas infecciosas en enfermedades crónicas ( Publicado en Revista Creces, Enero 2002 ) Parece raro plantear esta asociación cuando ya se han establecido causas genéticas, ambientales o de auto inmunidad. Sin embargo, llama la atención que durante los últimos años estén apareciendo tantos trabajos que atribuyen enfermedades crónicas a agentes patógenos. Aspectos generales Siempre lo establecido es difícil cambiarlo. Por allá por el año 1870, Louis Pasteur y Robert Koch comenzaron a postular que muchas epidemias eran producidas por gérmenes, concepto que no fue fácilmente aceptado por los galenos de la época. Hasta entonces, cada epidemia, con sus trágicas consecuencias, se atribuía a castigos del cielo, a brujerías o a variadas e isotéricas razones. Debieron pasar muchos años y acumular muchas evidencias para que el concepto fuera finalmente aceptado. Hoy está claro que detrás de cualquier enfermedad aguda hay un germen responsable. Pero ahora, algunos investigadores también comienzan a sospechar que muchas enfermedades crónicas pueden tener raíces infecciosas, lo que a muchos les parece anacrónico. Frente a estos nuevos planteamientos, la recomendación es mantener la mente abierta y analizar cuidadosamente los antecedentes antes de rechazar o aceptar a priori estas hipótesis. En la década de los 70, del siglo que recién terminó, a los epidemiólogos les llamó la atención un brote de esclerosis múltiple que se hizo evidente en las islas Faeroe en el Atlántico Norte. La enfermedad era conocida desde hacía mucho tiempo como una condición crónica, la que se atribuía a factores genéticos o tal vez a alteraciones del sistema inmune. Pero alguien hizo notar que este brote coincidía con la llegada a la isla de soldados británicos durante la Segunda Guerra Mundial. Investigaciones recientes (Journal of Clinical Investigation, Julio 2001) muestran antecedentes que esta enfermedad estaría relacionada con un germen: el «Haemophilus influenzae». Pocos años después, investigadores descubrieron que ciertos virus eran capaces de gatillar un cáncer. Después de ello se ha estado relacionando una gama de gérmenes patógenos con enfermedades tan variadas como el Alzheimer o la artritis. Algunos biólogos arguyen que la teoría evolucionaria puede entenderse sólo si se acepta que todas las enfermedades crónicas serían causadas por infecciones. Paul Ewald, un biólogo evolucionista de Amherst College en Massachusetts, afirma que de acuerdo a las leyes de la evolución, las personas con enfermedades crónicas deberían dejar menos hijos y nietos para propagar sus genes, en relación con individuos saludables. De este modo las enfermedades con raíces genéticas deberían haberse ido gradualmente reduciendo a niveles mínimos (la única excepción serían las enfermedades genéticas que tienen algún beneficio que le proveerían sus propios genes, como sería el caso de la anemia de células falciformes, cuyos genes le proporcionan protección contra la malaria). Según Ewald, las enfermedades puramente genéticas no debieran causar más de una muerte en 10.000. «Este es el punto en que escasamente se puede mantener una enfermedad genética», afirma Ewald. «Cuando ellas persisten por encima de esto, es porque algo las está manteniendo más allá de la genética». Para él, «este algo», debe ser un patógeno que causaría una enfermedad crónica, que escaparía a las leyes de la evolución. «Sólo si un patógeno puede escapar para instalarse en un nuevo huésped, puede continuar manteniéndose la enfermedad». Los trabajos de Ewald no han pasado inadvertidos y han aparecido en revistas como Newsweek y Atlantic Monthly. Sin embargo no ha tenido una buena recepción entre los científicos especialistas en enfermedades crónicas, que no aceptan estas premisas. La esclerosis múltiple Es una enfermedad en que las células inmunes atacan la capa de mielina que aísla los nervios en el cerebro y la médula espinal. En la medida que la enfermedad progresa, las víctimas van perdiendo su coordinación muscular, el control del habla y el movimiento de los ojos. Sólo en los Estados Unidos hay más de 300.000 personas que sufren de esta enfermedad, cifra muy superior a la que predice la teoría evolucionaria, si ésta fuera estrictamente genética. Los epidemiólogos también piensan que detrás hay un patógeno. Han observado que las personas que migran antes de los 15 años de los lugares en que la enfermedad es muy frecuente (Australia y Ucrania), a lugares en que la frecuencia es baja, tienen menos riesgos de contraer la enfermedad, con relación a los que permanecen en esos lugares de nacimiento. Esta disminución del riesgo de adquirir la esclerosis múltiple, cuando se abandona el lugar en que es más frecuente, es consistente con la idea de que una infección es la que gatilla la enfermedad después de iniciada la adolescencia. Estudios experimentales recientes apuntan a que un patógeno puede causar la esclerosis múltiple, porque sus propias proteínas se parecen a la mielina. Cuando el sistema inmune se pone en alerta para atacar al invasor, puede inadvertidamente destruir también la mielina. Es así como un equipo de inmunólogos de la Escuela de Medicina de la Northwestern University en Chicago, fueron capaces, mediante un agente patógeno, producir en ratas una enfermedad cuyos síntomas eran semejantes a los de la esclerosis múltiple. Para ello inyectaron las ratas con un virus normalmente inofensivo, pero al que le habían agregado un gene de la bacteria «Haemophilus influenzae», que codificaba para una proteína semejante a la mielina. A las dos semanas, la mielina de las ratas comenzó a destruirse, haciéndose aparentes todos los síntomas. (Journal of Clinical Investigation, Julio del 2001). Durante los últimos años han sido varios los investigadores que tratan de ubicar gérmenes sospechosos de producir esta enfermedad. Hasta ahora han encontrado 17, pero después de mucho, las sospechas se han concentrado en do una bacteria y un virus. El virus sospechoso, es el herpes 6 (HHV-6), que por lo general infecta a la gente tempranamente, cuando aún tienen pocos meses de edad, siendo una causa importante de los episodios febriles que afectan a los lactantes. Después de unos pocos días de actividad, este virus se duerme y puede permanecer en este estado por el resto de la vida. En 1995, investigadores de la empresa Pathogenesis Corp. en Seatle (ahora Chiron), identificaron este virus en el cerebro de una docena de pacientes con esclerosis múltiple, demostrando que estaba activo, produciendo proteínas que destruían la mielina de sus huéspedes. También lo encontraron en personas que no sufrían de esclerosis múltiple, pero según los autores, estaba inactivo Después de esto, muchos grupos de investigadores han tratado de confirmar estos hallazgos, con resultados contradictorios. En el año 2000, Donald Carrigan y Konstance Knox del Instituto de Patógenos Virales en Milwaukee, Wisconsin publicaron sus resultados mostrando que el 56% de los pacientes con esclerosis múltiple tenían en su cerebro el virus HHV-6 activo, mientras que los sujetos normales no lo tenían. Sin embargo otros investigadores no han podido demostrar la existencia de este virus en pacientes con esclerosis múltiple. Por el contrario, en un trabajo reciente, se ha aislado el virus HHV-6 en un tercio de pacientes cuyo cerebro era normal (Journal of Medical Virology, Enero del 2001). Finalmente, en el Congreso Anual de la American Academy of Neurology, un equipo de investigadores sueco presentó un trabajo en que trataba con valacyclovir (agente antiviral) a pacientes con esclerosis múltiple, no observando ningún cambio en sus síntomas. Es decir, la culpabilidad no está demostrada. El otro agente sospechoso de ser causante de la enfermedad ha sido la bacteria «Chlamydia pneumoniae». Al contagiar, ella invade los pulmones, produciendo algunas veces enfermedades respiratorias. Puede permanecer en el organismo por décadas, viviendo calladamente en los glóbulos blancos. Como el virus HHV-6, el «C. pneumoniae» es ampliamente contagioso, y prácticamente todo el mundo es víctima en algún momento de su infección. Por ello se hace difícil culparlo de algo específico A pesar de ello, se ha asociado la «C. pneumoniae» a la esclerosis múltiple, ya que se comprobó que el 97% de los pacientes con esclerosis múltiple tenían en su líquido cefalorraquídeo, muestras de DNA coincidente con el DNA de la «C.pneumoniae», mientras que éste sólo estaba presente en el 13% de los individuos normales (Creces, Noviembre 1999, pág. 7). Para explicarse el mecanismo de acción ha surgido la posibilidad de que el «C. pneumoniae» pudiera engañar al sistema inmune, induciéndolo a destruir la mielina o agravando más la situación al provocar una inflamación. En Agosto del 2001, Hudson del Estado de Wayne y sus colaboradores, señalaron que habían inyectado una proteína del C. pneumoniae en el cerebro de ratas, lo que produjo en ellas síntomas y signos muy semejantes a la esclerosis múltiple (Journal of Inmunology, Agosto 2001). Sin embargo, otros resultados son contradictorios y son varios los grupos de investigadores que dicen no encontrar una asociación entre esta bacteria y la esclerosis múltiple (tabla) (Science, Septiembre 14, 2001, pág. 1974). La última y definitiva respuesta se podría obtener con un ensayo clínico, en que al eliminar el bacterio desaparecieran los síntomas de la enfermedad. Enfermedades cardíacas y ateroesclerosis También a la bacteria «Chlamydia pneumoniae» se le está atribuyendo desde el año 1986, un rol en la producción de enfermedades cardiovasculares (Las chlamydias y las coronarias). Varios investigadores comprobaron que las personas con enfermedades cardiacas vasculares, tenían en su sangre anticuerpos contra esta bacteria, y más tarde incluso pudieron aislarla de las placas de las arterias coronarias, como también de lesiones asociadas en placas ateromatosas de otras arterias. En 1999, otros investigadores descubrieron una proteína producida por el «C. pneumoniae, que se parecía a otra propia del músculo cardiaco. Con esto se elucubró que el sistema inmune, al tratar de atacar al agente bacteriano, de paso también producía una inflamación, lo que explicaría las lesiones ateroescleróticas de este órgano (Las chlamydias y los ataques cardiacos) (Las chlamydia no son culpables, pero son complices oportunistas en las enfermedades cardiacas). En la actualidad se están llevando a cabo dos ensayos clínicos que tratan de comprobar si la administración de antibióticos podría ser útil para la prevención o el tratamiento de estas enfermedades cardiacas. De nuevo hay que señalar que otros investigadores dudan de la probable conexión entre enfermedades cardiacas con el «C. pneumoniae». (Science, Septiembre 14 del 2001, vol. 14, pág. 1974). Agente bacteriano en las úlceras gástricas Para los investigadores que sugieren que las enfermedades crónicas estarían relacionadas con agentes patógenos, el caso de las úlceras gástricas es emblemático. El investigador Barry Marshall, en 1981, descubrió la existencia de una bacteria (Helicobacter pylori) en las úlceras gástricas. Más tarde, el mismo investigador se provocó una gastritis (el preludio de la úlcera) al ingerir esta bacteria. Los resultados positivos del tratamiento de la úlcera gástrica con antibióticos, confirman la existencia de esta relación. Más tarde otros investigadores han descrito que el bacterio no sólo produce la úlcera gástrica, sino que también un tercio de los cánceres gástricos serían debidos a ella (La telenovela del Helicobacter Pylori). La enfermedad de Alzheimer A la misma bacteria, «C. pneumoniae» se ha asociado también la enfermedad de Alzheimer. Así lo cree Alan Hudson de la Waine State University. El y sus colaboradores estudiaron 19 enfermos fallecidos que padecieron de Alzheimer. Les tomaron muestras del hipocampo y la corteza cerebral y afirman haber encontrado huellas de la presencia del germen en 17 de los casos. En personas fallecidas por otras enfermedades, no detectaron la presencia del germen en esas mismas zonas cerebrales, que son las atacadas en los enfermos de Alzheimer. (Creces, Noviembre 1998, pág. 12). Los investigadores son precavidos y sostienen que la presencia de este germen en las lesiones, no necesariamente significa que sean los causantes de ella. Pero por lo menos debe ser un factor de riesgo. Se sabe que la C. pneumoniae, cuando ataca otros órganos del cuerpo, causa un proceso inflamatorio, y esto es lo que también se ve en el cerebro en los pacientes fallecidos de Alzheimer. En estos mismos sitios, los autores comprobaron una gran cantidad de citoquinas, mensajeros químicos que inician el proceso inflamatorio. De hecho, los investigadores Edith y Patric McGeer (marido y mujer) de la Universidad de British Columbia, recomiendan el uso de anti-inflamatorios no esteroidales, como primera medida para tratar la enfermedad de Alzheimer (El alzheimer y la inflamacion cerebral). De nuevo hay que reconocer que los resultados de otros investigadores, que han tratado de repetir la experiencia, no confirman estos hallazgos, pero Hudson sospecha que los métodos utilizados en esas experiencias no fueron los correctos, ya que la bacteria está en niveles bajos, por lo que debe buscarse en cerebros frescos y no en cortes preservados en bloques de parafina, como lo hicieron los otros investigadores. Los estudios continúan y en un reciente congreso internacional sobre chlamydiae celebrado en Helsinski, dos equipos de investigadores afirmaron haberlas encontrado en cerebros de enfermos fallecidos de Alzheimer, mientras que no las encontraron en cerebros de pacientes fallecidos por otras causas (Science, Septiembre 14, 2001, pág. 1974). El problema para interpretar estos resultados está en la amplia distribución de esta bacteria, que parece encontrarse en todas partes. Otros autores han encontrado evidencias que relacionan ciertos virus con el Alzheimer. Se trata del virus del herpes simple tipo 1 (HSV1) (fig. 4). De nuevo es un virus muy difundido que afecta a mucha gente. El se instala primeramente en los nervios que rodean la boca, y en el 20 al 40% de los casos produce un resfrío. Ruth Itshaki, del Instituto de Ciencia y Tecnología de la Universidad de Manchester, estudiando cerebros pertenecientes a personas de distintas edades, lo encuentra presente en cerebros de personas viejas, pero no en cerebros de personas jóvenes. Ella cree que el virus se instala en el cerebro cuando, con la edad, declina la eficiencia del sistema inmunológico. Según sus datos, lo encuentra presente en el 63% de los viejos normales y en el 73% de los viejos con Alzheimer. En todo caso esta pequeña diferencia (que es significativa) entre estos dos grupos, sugiere que el virus HSV1 sería un riesgo menor en la enfermedad de Alzheimer. Sin embargo en su casuística observó que aquellos casos de Alzheimer que eran portadores de la variable del gene ApoE4, que se conoce como factor de riesgo genético para la enfermedad, y además los contagia el virus herpes HSV1, tenían una alta frecuencia de Alzheimer. (Sicence, Mayo 15, 1998, pág. 1002). Itzhaki especula que las personas con el ApoE4, no pueden reparar el daño celular causado cuando el virus gatilla una inflamación. «En estos casos, tal vez una vacuna contra el virus HSV1, podría prevenir el Alzheimer», dice Itzhaki. El rol infeccioso también se ha relacionado con otras enfermedades crónicas, como la diabetes tipo 1 (El rotavirus y la diabetes infantil), e incluso la obesidad (Un virus podría producir obesidad), pero para ello se necesitan más antecedentes. Bacterias y enfermedad de Parkinson La bacteria del suelo, llamada «Nocardia asteroides» en ocasiones contagia a humanos produciendo infección pulmonar y en algunas ocasiones abscesos cerebrales. Por esta razón Blaine Beaman, microbiólogo de la Universidad de California inyectó ratas con cepas de esta bacteria, y algunas de ellas llegaron a desarrollar síntomas pulmonares y cerebrales, pero muchas otras comenzaron a presentar temblores y movimientos lentos, que se parecían mucho al Parkinson. Un estudio por microscopía electrónica mostró que las bacterias viajaban hacia una pequeña parte del ganglio basal, que tiene que ver con el control de los movimientos, y allí infectaban a las neuronas que producen dopamina. Es decir, atacaban a las mismas células que se afectan por el Parkinson. Se observó también que en el interior de las neuronas dejaban agrupaciones de proteínas, semejantes a los cuerpos de Lewis, que son característicos del Parkinson y ciertas demencias. Según cree Beaman, algunas cepas particulares de la bacteria podrían gatillar un Parkinson. Pero lo que más le llama la atención a Beaman, es que cuando comienzan los síntomas de Parkinson, misteriosamente desaparece la bacteria, de modo que ésta no se encuentra en la autopsia (New Scientist, Septiembre 15, 2001). Actualmente está tratando de ver si quedan trazas del DNA de esta bacteria. Podría pensarse en un tratamiento con antibióticos. Ellos son exitosos en la infección pulmonar producida por la Nocardia, pero no actúan en el cerebro humano infectado, ni tampoco en el cerebro de las ratas. Probablemente se deba a la barrera hemato-encefálica que no deja pasar el antibiótico. Interacción entre genética y gérmenes El caso de la Esquizofrenia Existen algunas circunstancias en que la línea divisoria entre patógenos y genes de las personas que los albergan se hace muy difícil de diferenciar. Ciertos tipos de virus, los llamados «retrovirus endógenos», se sabe que introducen su DNA en el genoma de las células huéspedes. Si ellos llegan a infestar una célula germinal, este DNA se transmite de generación en generación. Se estima que en un genoma normal, existe más de un 1% de DNA que corresponde a retrovirus endógeno, que en función del tiempo, se han instalado allí, incrementando el RNA sin sentido del genoma. En estas condiciones, diferenciar la genética de factores patógenos, en el rol de la enfermedad, se hace muy difícil porque ambos factores llegan a darse la mano. Con todo, algunos retrovirus endógenos pueden volver a activarse, lo que sucede a veces durante el desarrollo fetal. Si se activan, el virus aprovecha la maquinaria de la célula para reproducirse en gran cantidad. Hopkins Yolken y sus colaboradores, han estado estudiando si estos retrovirus endógenos que se reactivan, juegan algún papel en la esquizofrenia, ya que se sabe que algunos de ellos producen daño cerebral. Hay algunos antecedentes propios de la esquizofrenia que inducen a pensar en la existencia de factores infecciosos. Así por ejemplo, existen evidencias que señalan que muy frecuentemente, en los pacientes en los que se desarrolla una esquizofrenia, presentan previamente estados febriles. También se sabe que el comienzo de la esquizofrenia es más frecuente en los meses de invierno, cuando precisamente los fenómenos gripales son más comunes. También los esquizofrénicos nacen más en el campo que en la ciudad, finalmente se sabe que la esquizofrenia es frecuente que se gatille durante un embarazo, cuando es más común que se activen los retrovirus endógenos. Basándose en estos y otros antecedentes, Yolken y sus colaboradores han buscado DNA retroviral en el líquido cefalorraquídeo de 32 personas que han presentado esquizofrenia recientemente. Dicen haberlo encontrado en el 29% de los esquizofrénicos, mientras que no encontraron nada en personas normales o con otras enfermedades neurológicas. Yolken piensa que estos retrovirus endógenos ya están en el genoma antes que nazcan, comenzando así a alterar precozmente el desarrollo cerebral, produciendo la esquizofrenia que se manifestaría más tarde (Proceeding of the National Academy of Sciences, Abril 10 del 2001). En un estudio que han estado siguiendo por algunos años, comprueban que el virus herpes tipo HSV2 (la forma de transmisión sexual de HSV, que causa escozor genital), con mayor frecuencia resulta en nacimientos de niños, que posteriormente desarrollan esquizofrenia u otras psicosis (La esquizofrenia y los virus endógenos). En resumen, el tema es complejo y difícilmente se puede llegar a una conclusión definitiva en el sentido que las enfermedades crónicas tengan en realidad, o no, un componente patógeno, ya sea bacteriano o viral. Sin embargo llama la atención que en los últimos años, cuando se ha comenzado a disponer de herramientas tecnológicas más sofisticadas, estén apareciendo tantos trabajos, que de una forma u otra, relacionan a diferentes enfermedades crónicas con agentes patógenos. En una enfermedad aguda, es fácil correlacionarla con algún agente patógeno, pero no así en las enfermedades crónicas, en que la acción de gérmenes parece indirecta o sólo coadyuvante. TereQuien dedica su tiempo a mejorarse a sí mismo, no tiene tiempo de criticar a los demás.
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